martes, 18 de agosto de 2020

Invocación al Laurel, Federico García Lorca



INVOCACIÓN AL LAUREL (Libro de Poemas, 1921)

1919


Federico García Lorca


Por el horizonte confuso y doliente

venía la noche preñada de estrellas.

Yo, como el barbudo mago de los cuentos,

sabía el lenguaje de flores y piedras.


Aprendí secretos de melancolía,

dichos por cipreses, ortigas y yedras;

supe del ensueño por boca del nardo,

canté con los lirios canciones serenas.


En el bosque antiguo, lleno de negrura,

todos me mostraban sus almas cual eran:

el pinar, borracho de aroma y sonido;

los olivos viejos, cargados de ciencia;

los álamos muertos, nidales de hormigas;

el musgo, nevado de blancas violetas.


Todo hablaba dulce a mi corazón

temblando en los hilos de sonora seda

con que el agua envuelve las cosas paradas

como telaraña de armonía eterna.


Las rosas estaban soñando en la lira,

tejen las encinas oros de leyendas,

y entre la tristeza viril de los robles

dicen los enebros temores de aldea.


Yo comprendo toda la pasión del bosque:

ritmo de la hoja, ritmo de la estrella.

Mas decidme, ¡oh cedros!, si mi corazón

dormirá en los brazos de la luz perfecta.


Conozco la lira que presientes, rosa:

formé su cordaje con mi vida muerta.

¡Dime en qué remanso podré abandonarla

como se abandonan las pasiones viejas!


¡Conozco el misterio que cantas, ciprés;

soy hermano tuyo en noche y en pena;

tenemos la entraña cuajada de nidos,

tú de ruiseñores y yo de tristezas!


¡Conozco tu encanto sin fin, padre olivo,

al darnos la sangre que extraes de la Tierra,

como tú, yo extraigo con mi sentimiento

el óleo bendito

que tiene la idea!


Todos me abrumáis con vuestras canciones;

yo sólo os pregunto por la mía incierta;

ninguno queréis sofocar las ansias

de este fuego casto

que el pecho me quema.


¡Oh laurel divino, de alma inaccesible,

siempre silencioso,

lleno de nobleza!

¡Vierte en mis oídos tu historia divina,

tu sabiduría profunda y sincera!


¡Árbol que produces frutos de silencio,

maestro de besos y mago de orquestas,

formado del cuerpo rosado de Dafne

con savia potente de Apolo en tus venas!


¡Oh gran sacerdote del saber antiguo!

¡Oh mudo solemne cerrado a las quejas!

Todos tus hermanos del bosque me hablan;

¡sólo tú, severo, mi canción desprecias!


Acaso, ¡oh maestro del ritmo!, medites

lo inútil del triste llorar del poeta.

Acaso tus hojas, manchadas de luna,

pierdan la ilusión de la primavera.


La dulzura tenue del anochecer,

cual negro rocío, tapizó la senda,

teniendo de inmenso dosel a la noche,

que venía grave, preñada de estrellas.

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