domingo, 13 de septiembre de 2015

HISTORIA DEL JAGUAR Y EL QUETZAL



             

HACE MUCHÍSIMOS AÑOS un Quetzal y un Jaguar se encontraron en un río muy cerca de una pirámide Maya en una selva de Centroamérica, no muy lejos de aquí. El Jaguar quería comerse al hermoso pájaro, pero este, nada ingenuo, lo miraba muy alerta, atento, mientras cantaba una hermosa canción que nunca nadie allí había oído antes, en la orilla de aquel río de aguas cristalinas, en donde decían había piedras de oro que un día habían caído del sol como una fina lluvia.
              Las aguas del río eran tan claras que eran como un espejo, por lo que el Jaguar, por momentos se asustó, pensando que bajo el río había otro Jaguar acechándolo.
              -¡No te asustes, Jaguar! ¡Ese que ves ahí eres tú mismo! -dijo el Quetzal.
              -¡Qué hermoso eres, pájaro...! –contestó más tranquilo el Jaguar. El Jaguar tenía grandes colmillos, y mucha hambre, pues no comía desde hacía muchos días, pero no quería asustar al pájaro ni menos crear desconfianza. Pensó que con paciencia y maña podría devorarse al hermoso pájaro que daba la sensación de ser muy manso y bueno, por no decir, ingenuo, o tonto.
              Además el Jaguar nunca había visto en esta selva a un pájaro tan bello que cantara tan bello, y pese a que se lo quería comer de un gran bocado, no podía dejar de admirar su majestuosa belleza, su cola tan larga en forma de tijera, sus plumas verdes, rojas, celestes y grises... como una bandera hecha con todos los colores del arcoiris. ¡Hermoso Quetzal...!, se dijo el Jaguar! ¡...asimismo debe saber su deliciosa carne!
              -¿Tienes hambre...? ¡Pues, si tienes hambre, puedes comer maíz! -le dijo el Quetzal al Jaguar, pero este dijo que no tenía hambre, pero en realidad al Jaguar no le gustaba el maíz, y lo que quería con todo su ser era comerse al Quetzal.
              Y así se pasaron largas horas hablando el Jaguar y el Quetzal. Hablaron del sol, la luna, los pueblos, y el tiempo. También hablaron de números y eclipses. El felino, que tenía mucha hambre, pues hasta las tripas le rugían, sabía muy bien que no podía demorar el asunto, pues el pájaro se le podía ir de pronto. Entonces pensó que mejor era un pájaro en mano que cien volando, como se dice por ahí, y goloso se abalanzó con sus afiladas garras sobre el Quetzal, mientras este tranquilo y manso bebía agua del río, y cuál no fue el asombro, el susto del Jaguar...
-¡Zuúuumbulúnnn...! ¡ZAaaasss! -zumbó el ave.
Antes de que el Jaguar pudiera dar un mordisco, en un descuido, ante sus propios ojos el pájaro se transformó en una gigantesca y hermosa Serpiente verde emplumada, que de un sólo bocado, al abrir su gran boca, se engulló al hambriento Jaguar. El Jaguar ni se enteró.
              Entonces la Serpiente que era pájaro le dio gracias a su Dios y se fue volando al sol.
              -¡Kukulkán...! -escondida, detrás del monte, dijo una voz humana.
              -¡No, es el Dios Quetzalcóatl...! -dijo otra voz. Y ambos, una Mujer, y un Hombre, se arrodillaron y lo alabaron, no sólo por su bondad y sabiduría, sino también por su belleza manifestada, como de otro mundo que no es de aquí.  El haberse devorado al Jaguar que azotaba a aquellos pueblos, no era más que un acto de justicia, pensaron ellos, un sacrificio necesario.
Dicen que desde entonces el sol es más brillante y hermoso, porque dicen que el Quetzal nos mira con sus ojos de oro y fuego, regalándonos la luz y la vida. Sus manchas, las manchas que tiene el Sol, no son más que las manchas que tenía el Jaguar en su piel.
              Desde ese día los Jaguares le tienen miedo a los hermosos pájaros de largas colas que cantan como ningún otro pájaro en la selva, mientras estos beben en paz las aguas claras del río que es como un espejo, donde dicen a veces los Hombres van a mirar sus almas. Y que atrapados, bajo el río, viven los Jaguares, como si fueran sombras de agua.
Como un reflejo entre las aguas, a su modo el Jaguar se había hecho eterno, inmortal. Pero el Quetzal... nunca más regresó. ¡Oh, divino y hermoso Quetzal!
Esto cuentan las antiguas voces de esta historia, que más que una leyenda es como un sueño... dijo el Quetzal.
Y como por arte de magia, desapareció ante los ojos de los atónitos pájaros que no daban fe de lo sucedido, maravillados con lo acontecido, y con la narración. Los pájaros se quedaron con los picos abiertos. Era cosa como de otro mundo, magia…no se qué…
Nadie dijo nada, ni el Cóndor ni el Gallinazo, embobados como estaban, hasta que el Loro, después de un rato dijo que él sabía una historia de un Loro que vivió en una lejana ciudad, y volvió y repitió lo mismo tres veces, hasta que por fin alguien le dijo “Cuenta, cuenta…”, y él se puso a contar aquella exótica historia...que mas bien se parecía a un poema de Rubén Darío o José Martí

1 comentario:

  1. Vengo a visitarte y a disfrutar de esta hermosa narración, reemprendiendo el ritmo tras el verano

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